Marqué
|
|
Asi quedé, mejor marcado por el Zorro que por el sargento García.
Al día siguiente de haber ingresado al hospital, con unas tantas horas de
demora, ingresé al teatro de operaciones. Ya era sabido, la anestesia sería local,
lo cual significa estar despierto, no atolondrado al punto de inconciente como
aquella vez en la que susvín intervino.
Una vez determinada la zona y el método operativo - entre el cirujano que
oficiaba de director de ceremonias y un conjunto de seguidores pequeñitos
orientales - prosiguieron a desinfectar con una antorcha fría la mitad
derecha de mi rostro, ese que he llevado segurísimo cual corazón coraza durante
los últimos ciento ciencuenta años y desde que descubierto goza de
enfrentamientos con el mundo como el que describe ésta.
El primer contacto con la realidad que se avecinaba, fué cuando dulcemente,
me pusieron un turbante - verde - para proteger los ojos del resplandor que
irradiarían los faroles que remplazaban el techo en forma de abanico - le
tapamos los ojos por que el resplandor va a ser muy fuerte -
¡ what, no sight seeing !
¡Una cosa es que te operen con anestesia local, la otra es que la operación en
la cara sea con ojos ciegos!
Me dieron ganas de gritar ¡mamá! vení y sacame de aquí ¿que estoy por hacer?
¿qué me están por hacer? esto no es real, ¡es una pesadilla! ...
Respirar ondo, pensar en el paludismo en el mosquito, de esta no te salvás, no
hay manera de salir de aquí.
El índice de la mano derecha, conectado a un broche de secar la ropa con
semáforo me ayudó a concentrarme en lo que no era importante. Jugué a
reconocer las voces de caras que solo había visto cubiertas con máscaras de
bandidos y así, pasé una larga hora que sufría de inflación galopante. Hora
en la que manos - algunas con acentos a pequeños orientales - se dedicaron
a extraer partes, recortar zonas adjacentes, y sobre todo agregar anestesia
local cuando mis gruñidos lo requerían.
Al mismo tiempo, con buen humor, trataba de establecer diálogo ciego con
las pequeñas manos.
Che, a ver si me dejan una cicatriz ordenada, si no, perderé todas las
oportunidades que han sido abiertas para una carrera como modelo - ahora que me
he afeitado.
Pasó el tiempo y solo oí silencio a la broma, pero si oí que la operación estaba
por ser finiquitada.
Prontamente, expresé la necesidad imperiosa de verme en el espejo antes de
ser cubierto por lo que imaginaba sería un biombo de curitas.
Prontamente, fuí informado que en tal teatro de operaciones, no había
espejos ni curitas...
¡ what, no curitas !
Operación punto aparte. Remontado en cama móvil a sala post operatoria,
enfermera quelindaquesvenitocamelacicatriz abre bolso de mano y saca
espejito retrovisor, me miro la facha y ...
¡ what, ese soy yo !
El Zorro, sin pensar en el sargento García, me había marcado desde la nariz
hasta la oreja.
Al ratito me explicaron que se trataba de una rotación, explicaciones de tal
método fueron requeridas, pero tal geometría eupielana no alcanzó todavía
a explicar como un pequeño granito pudo causar tal zig zag.
Atolondrado
En cama móvil, con rueditas, atolondrado, entré raudo, - a baja velocidad
- a mi sala compartida.
La ruedita masculina de la izquierda debe haber estado de juerga hasta tarde
pues aún esaba durmiendo. Seguro que en una fiesta de disfraces pués aún
tenía puesta una máscara, transparente y unos tubos que salían por todas
partes terminando en bolsitas de colores, definitivamente un fiesta de
carnaval.
La ruedita femenina del otro lado, no había estado de juerga, todo lo
contrario, fiel a mi, habían sido operada también esa misma mañananita. Al
entrar vi como observaba - con grán admiración- mi zig zag . Le devolví la
sonrisa y pregunté con complicidad por el estado del suyo.
- Querés que comparemos zetas, la mía es un producto de manos pequeñas
orientales, la tuya es de apendicitis ¿no?, a ver me mostrás ...
Las salas mixtas son fenómenas, ayudan a compartir esos estados estresantes
post operatorios, lástima que había otras rueditas adjacentes infliltrándose
en intimidades que de otra manera podrían haber llegado a ser encuentros
de rodados móviles zig zageantes.
La enfermera con espejito retrovisor interrumpió la escena recordandome
que desde la noche anterior estaba en ayunas ergo preguntó - celosa - si
quería comer. En realidad, había abstinencias mas prolongadas e imperiosas pero
opté por las necesidades mediatamente invisibles.
Una buena ensalada, un kidney pie y un par de sábanas ayudaron a esconder
las otras necesididades, imperiosas, visibles, ...
|
|
|