Sirène
|
|
Un pescador vivía con su madre frente al mar. Todos los días, trabajaba con
sus pesadas redes en un peñasco al borde del mar. Una tarde, como cualquier
otra, escuchó, sin saber de donde venía, una voz femenina que cantaba. Con
mucha curiosidad, bajo del peñasco al mar. Allí, en una roca medio
sumergida se encontró con una sirena.
Su cara angelical, su voz musical, su pechos jóvenes semi cubiertos por el velo
de su hermosa cabellera. Una imagen tan ensoñadora como sus cantos
seductores.
El pescador sintió un rayo que lo sacudía. Al verla sumergirse, se quedó como
en trance, siguiéndola con la mirada. El agua, en un mar tranquilo, era de tal
transparencia que le permitió seguirla hasta que, finalmente, la perdió de
vista en las profundidades abismales de su mar misterioso.
Volvió a su casa aún en trance.
Le contó a la madre que se sentía tan enamorado...
que lo único que deseaba era encontrarla nuevamente y hacerla suya.
"No mi hijo, si las sireneas son peligrosas,
hazle caso a tu mamá."
Pero él, no.
Era tal su deseo que no se podía imaginar un solo minuto sin ella. La madre le
sugirió que fuera a ver a un sabio, viejo, viejísimo, que vivía en una cueva en
la costa de mar. Con una barba roja larguísima, hasta por el suelo.
Ciego y sabio.
El viejo sabio le recomendó que atrapara a la sirena con una red tejida con
nilon fino, pero le advirtió que si lo hacía, iba a tener que atenerse a las
consecuencias... que podían ser peligrosas, terribles y que podían afectarlo por el
resto de su vida.
No le importaba, tan prendido estaba a la voz cantarina del mar...
Preparó la red,
a la madrugada siguiente y cuando aun estaba obscuro, la
sorprendió, la
envolvió con el nilon y se la llevó a la casa.
Cuando abrió la red frente a la madre, se
encontró con una sirena, horrible,
con unos dientes que parecían teclas de piano viejo, una piel verde y arrugada,
un pelo que parecía alambre de púas y que dejaba ver, sin pudor, los pechos
que le llegaban a la cintura, y la voz, ronca y desafinada.
La madre, salió velozmente y se fue a vivir con su hermana. El pobre
enamorado, frustado, se quedó solo con ese horror, en su casa.
La vida se le convirtió en un martirio. La horrible sirena no lo dejaba en paz.
"Preparame la comida";
"llevame arriba a dormir";
"sacame a nadar un rato";
"tengo hambre";
"levantame la cola que quiero hacer pis";
"tengo más hambre";
"otro paseo a nadar".
El pobre pescador, andaba acarreando la sirena fea de acá para
allá durante día y noche.
Parecía que el martirio no tenia fin.
Desesperado, buscó a su madre.
- "¿Viste? Yo te dije....
- "Si mamá, tienes razón, pero ayudame,
estoy desesperado, ¿cómo me la saco de encima?"
- "Te lo advertí,
nunca escuchas a tu mamá. Anda y pregúntale al viejo sabio
que
puedes hacer.
Yo te lo dije. Yo te lo dije, yo te lo dije, yo te ... "
Vuelve a ver al sabio viejo de barba roja. Esta vez, le recomienda que le corte
el pelo y que con el mismo la ate de pies y manos y la tire al mar.
"Pero ojo, por
que si ella advierte lo que vas a hacer, las consecuencias esta vez serán
catastróficas."
Como nada podía ser peor que la tortura que le infligía el mamaracho con
cola de pescado, se preparó bien y siguió la recomendación del sabio.
Lo logró, y arrojó al mar a la sirena espantapájaros.
Regresó a su casa por el peñasco donde se había producido el primer
encuentro. Y allí, otra vez, escuchó una
melodía encantadora.
Bajó al mar corriendo
y en la misma roca se encuentra con su primera sirena, la misma que con su
hermosura lo había dejado tan enamorado y tan atolondrado
Esta vez, la sirena no se sumergió,
y en vez de seducirlo cantando, le habló con
la misma voz musical, le dijo:
- "Cuando quieras a alguien profundamente, busca primero el eco de sus
deseos. Lo que te pasó, fue por que no supiste escucharme. En mis cantos,
estaba el secreto. Sólo percibiste los tuyos."
La sirena, tomó su belleza y se la llevó al mar, desde las profundidades, con
la cola, le dijo: "chau chau."
|
|
|